RANA PIRENAICA - Rana pyrenaica -
Clase: Anfibios.
Orden: Anuros.
Familia: Ránidos.
Género y Rana pyrenaica, baso – igel piriniotarra, rana pirenaica,
especie: grina pirinenca, Pyrenees frog, grenouille des Pyrénées.
Alimentación: CarnÃvora.
Hábitat: Torrentes, arroyos de montaña, aguas libres.
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Reliquia de la Era Glaciar, con antepasados en la Cordillera del Himalaya; revolucionó la curiosidad de los herpetólogos al ser descubierta en 1990 por Jordi Serra, doctor en biologÃa del Instituto Pirenaico de EcologÃa; para describirla y nombrarla oficialmente en 1993 ante la comunidad cientÃfica ( un siglo sin novedades, ya que desde 1891 no se habÃa descubierto un nuevo batracio europeo ), como Rana pyrenaica, una pequeña ranita, mimetizada entre los guijarros de las aguas rápidas del rÃo Ara ( Bujaruelo, junto al lÃmite del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido ).
Un diminuto endemismo pirenaico - navarroaragonés - del grupo de las ranas pardas ( ágil o R. dalmatina, ibérica o R. patilarga y bermeja o R. temporaria. Se diferencian de las ranas verdes – R. perezi o común - en su discreción al croar, ojos más separados y máscara oscura ocular ) que tiene su lÃmite septentrional en los húmedos bosques de Irati ( vertiente francesa correspondiente a Zuberoa y Baja Navarra: Pirineos Atlánticos ), y por el sur en la Sierra de Cancias ( Huesca ). La frontera occidental se ubica en los valles orientales navarros de Aezcoa, Roncal y Salazar, hasta su otro extremo, en el Pirineo Central ( Ordesa, EscuaÃn, Añisclo y curso alto de Pineta ); en altitudes medias entre 1.000 / 1.800 m ( en Navarra como cota inferior a 790 m; y máxima en Ordesa, a 2.100 m ).
Para poder observarla hay que buscar aguas libres ( especie torrentÃcola ) de fondos pedregosos. El tÃpico arroyo de montaña ( llamado en Navarra, “ regata †) de la cabecera de valle y tener una vista aguda; pues a su pequeño tamaño – 3,5 / 5, 5 cm, mayor la hembra – hay que añadirle su mimetismo con el entorno, gracias a su aspecto:
Máscara facial en castaño oscuro, desde las narinas hasta detrás de unos bellos ojos dorados. Hocico corto y redondeado; con presencia, en el labio superior, de una franja blanca extensible desde la altura de las narinas hasta el final, o más allá, de la mancha temporal. Este contraste en blanco y castaño oscuro logra un efecto de sombra que aún mimetiza más el rostro. Pero el premio al camuflaje se lo lleva su uniforme: fino, liso y de textura viscosa. Los machos lucen una coloración difuminada, en tonos crema claro a gris oliváceo y, en menor medida, rojizos que, acostumbra a ser, el color preferido de sus damas pirenaicas; ambos sexos con un diluido diseño oscuro apenas perceptible ( a modo de tatuaje pardo oscuro, muy común entre las ranas pardas). Todo lo contrario que sus amplios zapatos, grandes; con más aspecto de voluminosas raquetas que de estilizados pies de gato. Si fuera purista, dirÃa que la membrana interdigital – muy desarrollada y fina – abarca a los 5 dedos ( pata trasera; en la delantera son 4 y libres, sin membrana ), a excepción de la región distal del cuarto dedo – el más largo-. Unida a la articulación tibio-tarsal, que llega o rebasa a la altura del hocico ( una de las claves para distinguirla de otras especies).
En su cabeza – más ancha que larga – sobresalen – por sus contrapuestos tamaños – dos órganos: un minúsculo tÃmpano ( máximo 2 mm de diámetro; inapreciable, pero capaz de distinguir los matices del suave croar de sus congéneres ) y unos ojazos dorados de pupila oval, más globosos que saltones, verdaderos rádares del movimiento en perjuicio del color y las formas; protegidos por dos párpados: el superior, inmóvil y opaco; el inferior, transparente, que se pliega para recubrir el globo ocular cuando se retrae; más la membrana nictitante – llamada tercer párpado –, protección que le sirve para mantenerse, mucho rato, debajo del agua sin afectarle a su visión. Al carecer de cuello, lo compensa con una garganta generosa ( las malas lenguas cuchichearÃan sobre una papada gigantesca ) con motas de tÃmido gris, casi blanco sucio, que – bastante más claro - colorea su vientre.
Éste almacena toda clase de bichejos que su amplia boca engulle , gracias a sus dos enormes espÃas oculares; ya que, a través de la vista, caza al rececho a los invertebrados que se muevan, pues es el movimiento la clave para predar sobre ellos.
Aunque carece de paladar, se relame de gusto ante cualquier invertebrado de la microfauna torrentÃcola ( gusanos, gasterópodos, efémeras, plecópteros, libélulas, tricópteros, saltamontes, dÃpteros ... ) que atrapa con su lengua protráctil o en un salto con la boca abierta ( al no proyectar la lengua – curiosamente, situada en la parte bucal anterior, para ganar alcance -, la utiliza como órgano adherente ).
La presa es tragada sin masticar ( las ranas tan sólo tienen unos dientecillos en el maxilar superior, cuya funcionalidad facilita la deglución ). Al carecer de paladar, los ojos - cerrados y retráctiles - se hunden en la cavidad superior bucal, para presionar el alimento e introducirlo en el ancho esófago ( en forma de embudo ) y pasar directamente al estómago, baúl musculoso y ecológico, donde los “ molestos insectos †se transformarán en beneficiosos nutrientes ( casi un 50 % de proteÃna de óptima asimilación ). Actividad más intensa en los luminosos dÃas veraniegos, donde la abundancia de presas satisfacen su voraz apetito.
Con el otoño, esta labor insecticida de gula gastronómica se adormece en la monotonÃa de tan sólo unos pocos bocados que permitan no perder la costumbre; quizá como preludio al sueño invernal. La disminución de horas de luz, el frescor y alguna nevada tempranera de cualquier dÃa de octubre a noviembre, marcan el inicio de la latencia invernal ( procesos corporales atenuados, donde únicamente respira a través de la piel - la respiración cutánea corresponde a más de 2 / 3 de la total; hecho, entre otras cosas, que le permite una vida casi acuática - );
en donde – en compañÃa de otros congéneres – buscarán un hueco que les permita apelotonarse para minimizar los estragos del crudo invierno pirenaico ( aunque la superficie del agua se congele, en el fondo no baja de los 4º C y siempre su temperatura interna se elevará un grado por encima de la ambiental; son animales ectotermos que obtienen el calor – termo – del medio externo – ecto -). A buen recaudo de estos rigores, soñarán con dÃas cálidos y rebosantes de sabrosos insectos, hasta que la temperatura del agua funcione como despertador biológico, una vez entrado el mes de febrero.
Tras el despertar - y, ya las funciones corporales normalizadas -, el instinto reproductor busca pareja. Todo aquel miembro de la comunidad de ranas pirenaicas, en edad casadera, se coge unas vacaciones para mostrar sus encantos a la concurrencia. Las citas son en lugares de dominio común: pequeñas pozas o remansos de aguas someras, donde no circule el agua con excesiva intensidad, protegidos por la rocalla. El macho se pavonea al enseñar sus potentes antebrazos, junto a las callosidades nupciales - de color amarillo – en el primer dedo de la mano ( sumun viril en la erótica de los anuros – anfibios sin cola - ); ante la admirativa mirada de ojos saltones de la enorme hembra ( comparativamente mayor, ya preparada para la reproducción ), ilusionada al ver a su galán “ chiquito pero matón †.
El acto amoroso ( llamado amplexus ) carece de la musicalidad cantora de otros batracios ( su croar es corto y seco: ruá – ruá – ruá ) y de las danzas nupciales de otras especies animales. El macho es novio de pocas palabras, partidario del dicho:
<< ¡ Aquà te pillo, aquà te ... ! >>; pero su falta de romanticismo la suple con su gran ardor sexual. Tal puede ser su querencia reproductiva, que no es raro visualizar el acoplamiento de varios galanes sobre la sufrida espalda de una hembra ( al revoloteo de las hormonas que nublan la vista, se suma la mala precisión visual de colores y formas ). El mejor posicionado patalea con furor a los rivales, para quitárselos de encima. El frezadero ( lugar del desove ) está muy concurrido, para ser utilizado como lecho de amor, cama de parto y cuna de crÃa. La hembra – receptiva y con el vientre engrosado – acepta el acoplamiento. El amplexus es axilar, es decir, el macho se monta sobre la espalda de ella; en un fuerte achuchón con sus musculosos antebrazos, afianzado con las amarillentas callosidades nupciales que evitan cualquier deslizamiento. Su peso y el enérgico abrazo ejercen tal fuerza sobre el voluminoso vientre de la rana, que, ésta, cede a la presión para comenzar el desove en pequeños racimos de huevos negros ( color que maximiza la radiación solar ). Simultáneamente, el macho rocÃa con su esperma las consecutivas puestas ( fecundación externa ), hasta un máximo de 140 / 150 huevos. Negros, gordos y grandes ( como adaptación a las corrientes rápidas, son los de mayor tamaño y peso entre las ranas pardas europeas, pues superan los 3 mm de diámetro ); envueltos en una masa gelatinosa ( materia viscosa que lo aÃsla del frÃo y ejerce funciones protectoras contra depredadores, bacterias y hongos ) que se hincha en contacto con el agua – 8 mm -, para permanecer en el fondo adheridos a la rocalla. Los huevos, huérfanos de padre y madre ( el macho tras el amplexus abandona a la amante, y ésta se desentiende de la postura ), quedarán bajo el gélido tutelaje de las aguas de febrero ( zonas de mayor insolación ) hasta abril ( fecha en las zonas más frÃas ).
Si la superficie se helase, aguardarán aislados en su “ casa gelatinosa â€, para asomar la cabeza ( ¡ que es mucho, tratándose de renacuajos ! En las distintas lenguas pirenaicas donde se ubica, recibe apelativos irónicos al volumen de su sesera: cabezón, cuchareta, samaruco, txalburu o zapaburu ) en cuanto mejore el tiempo, pues es la climatologÃa quien marca el desarrollo embrionario; si no son plato de sus depredadores: tritones, insectos acuáticos y, ocasionalmente, truchas ( la rana pirenaica busca arroyos que no estén colonizados por ella; las repoblaciones del salmónido depredan a la especie en todos sus estadios ).
Tras varias semanas eclosionan ( más a menudo de lo que quisieran en aguas no superiores a 4 º C ). El cabezón ( nunca mejor dicho: cabeza y tronco unidos, con forma de globo ); es negruzco, punteado en dorado y apenas excede del centÃmetro de longitud ( longitud máxima en la etapa larvaria de 13 a 22 mm ). La cola mayor que el cuerpo, musculosa, aplanada lateralmente y de extremo romo; a diferencia de otras especies, no es transparente ( adaptación al medio ). Se mantiene en el fondo, adherido a la rocalla – gracias a las ventosas bucales de la barbilla -, aunque puede nadar contracorriente . Al principio no se alimenta, ya que le basta con asimilar los nutrientes de la membrana del huevo. Como buena larva acuática ( la fase más parecida a un pez, origen de los anfibios ) respira a través de las branquias externas que – en una segunda fase – desaparecen en favor de las branquias internas, recubiertas por piel ( opérculo ) que comunican con el exterior por un orificio ( espiráculo, rasgo diferenciador para la clasificación entre diferentes especies ).
Al principio su alimentación es vegetariana ( algas, detritus vegetales, fitoplancton ), pero, conforme se acortan sus intestinos ( los animales carnÃvoros tienen los intestinos – delgado y grueso – 3 veces el largo de su cuerpo; los herbÃvoros de 10 a 12 veces; en los humanos mide 8 metros y medio ), se adapta al régimen carnÃvoro ( zooplancton, amebas y larvas ); pues la metamorfosis requiere un gran aporte de proteÃnas y los torrentes pirenaicos, más que abundantes ultramarinos, son despensas de avaro ( desde el punto de vista trófico, supone la cara negativa de las bucólicas aguas de montaña: cuanto más puras, menos nutrientes suministra ). Para ello utiliza una boca / pico ( o disco oral, integrado por 4 filas de dentÃculos córneos en el labio superior y 4 en el inferior ) que, como una cosechadora, siega sus parcelas de agua en busca de alimento. Gracias a este régimen pasará distintas fases larvarias: branquias externas, branquias internas, patas posteriores, patas delanteras, reducción de las branquias y desarrollo de pulmones, reabsorción de la cola ( pertenecen al orden de los anuros = sin cola ); y, después del verano, una nueva generación ranera con una esperanza de vida de 5 a 10 años.
En apariencia igual que sus padres, pero la rebeldÃa de la adolescencia le hará oponerse al conservador gobierno del Torrente ( los padres en raras ocasiones salen del agua, y, en tal caso a pocos metros de la orilla; siempre por causas importantes: p.ej. termorregulación ); para buscar nuevos horizontes, donde la utopÃa de Aguas Libres, sea una realidad de futuro.
Y éste es el gran problema: no existe futuro para ellas. El “ Cambio Climático †, la bestia alimentada por la mano del hombre moderno, engulle, uno tras otro, a los hijos de Madre Natura. Su plato favorito: los anfibios que, al ser los primeros vertebrados en pisar tierra, diversificaron la vida – incluida la especie humana -. Irónicamente, se convierten en vÃctimas de la acción del hombre; ciego e incrédulo ante una premonición apocalÃptica, quizá capaz de aniquilarnos a todos.
Si en la mitologÃa egipcia, la rana simboliza la resurrección, el nacimiento y la fertilidad al encarnar a la diosa Heqet, que ayudó a Isis a recomponer el destrozado cuerpo de Osiris, para insuflarle el hálito de la vida; y asiste, todos los amaneceres, al parto del sol, para dar el soplo vital a cada recién nacido. Hoy, paradójicamente, esboza una borrosa imagen de muerte sin retorno, que se diluye entre las humaredas contaminantes y tórridas de una sociedad insostenible que se devora a sà misma.
El imago de rana pirenaica ( ranita juvenil ) campeará – que, tratándose de esta especie, es exagerar mucho; dada su querencia al arroyo – ajena a esta injusta sentencia de muerte, con toda la ilusión puesta en un mundo mejor.
Más allá de las Aguas Libres, en la cabecera del valle, donde el terreno calizo le proporcione hogar y laberintos en los cuales refugiarse; donde el cielo llore con una intensidad superior a 1.100 mm anuales, para engendrar aguas frescas y oxigenadas, que naveguen en libertad. Una sociedad para compartir con el tritón pirenaico ( Euproctus asper , 84 % de coincidencia de nicho ecológico ), pero ausente de la voracidad de las truchas y de las cautivas aguas estancadas.
En Navarra, la realidad limita su hábitat al piso montano, serpenteado por las regatas de los hayedos y, en menor medida, de los abetales y bosques de pino albar; con un rango altitudinal por encima de los 790 m y una pluviometrÃa superior a 1.100 mm anuales ( disminuyen los núcleos raneros al menguar la humedad y los arroyos ), siendo la población global más reducida, para catalogarla de “ interés especial â€. Las mejores condiciones del norte oscense ( en especial Sobrarbe ) amplÃan los hábitats – dentro del status de “ vulnerable â€- , para obtener la capitalidad en el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido; quizá como justo homenaje al descubridor de esta especie, Jordi Serra.
Si la diversidad y abundancia de anfibios indican una buena salud medioambiental ( por la permeabilidad de su piel que, simultáneamente, capta el oxÃgeno y la humedad, junto a los posibles agentes contaminantes ) y es valiosa moneda que enriquece los ecosistemas. Su degradación o alteraciones, muestran la otra cara: sequÃas, periodos frÃos en la estación reproductora, eutrofización, represamiento, agentes contaminantes y repoblaciones trucheras; en definitiva, destrucción del hábitat.
La espada de Damocles, afilada por el cambio climático, pende sobre la cabeza de la rana pirenaica. La cuerda que la une al futuro se quemará, como mecha prendida, calcinada por la elevación de las temperaturas.
La peculiar exclusividad de su piel ( fina, húmeda y con muchos vasos sanguÃneos, para facilitar la respiración cutánea ), tan permeable y generosa, que hospeda en sus entrañas a nocivas dosis de gases, iones y radiaciones ultravioletas ( el ADN celular se daña y provoca mutaciones y extinción ). Indeseables inquilinos, que pagarán la acogida con la muerte . La oscura máscara de la impasibilidad del verdugo que, año tras año, ahondará en la herida con las armas invisibles de un cielo tórrido e implacable ...
Unos dicen que 30 inviernos, los optimistas que 50 primaveras; todos coinciden en que para esta sentencia asesina, ni existe apelación ni indulto.
No sé si pudiera haber alguna muerte justa; pero de las muchas indignas, ésta, a todo amante de la Naturaleza, le arranca una lágrima.
Nota: Algunas de las fotografÃas presentes en esta página fueron tomadas sobre la Web. Si reconocen alguna suya, por favor, dÃganmelo y pondré el nombre de su autor.