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Sunday 8 de February de 2009, 20:42:46
RANA BERMEJA - HERPETOFAUNA IV -
Tipo de Entrada: ARTICULO | 2 Comentarios | 83400 visitas

 

   

 

                             RANA BERMEJA   â€“ Rana temporaria -

 

Clase:                  Anfibios.

Orden:                 Anuros.

Familia:               Ránidos.

Género y              Rana temporaria, baso-igel gorria, grina bermella, granota

especie:               vermella, ra do  monte, grenouille rousse, common frog.

Alimentación:      Carnívora.

Hábitat:                Bosques, prados montanos y alpinos.

                      

                       ____________________________________

 

                       

      En las tierras húmedas del reino de la alta y media montaña, rigen diferentes gobiernos de ranas: la monarquía aristocrática, oculta y casi extinta de la rana pirenaica; y la democracia popular, campechana y numerosa de la rana bermeja. Si la primera simboliza a la ninfa etérea, invisible y de fugaz visión – a las puertas de sumergirse en las aguas de la leyenda -. Su prima, Rana temporaria o bermeja, ni se entrona como efímera reina, ni como príncipe azul, de súbita transformación tras el beso de rigor. Más bien representa a la campesina de los húmedos bosques, la popular moza de charca montaraz y, en el mejor de los casos, a la Cenicienta del inmortal cuento. Rana plebeya donde las haya, visible desde el nivel de mar ( subespecie ibérica, R. t. parvipalmata , de Galicia, Asturias y Cordillera Cantábrica ) hasta altitudes de 2.500 / 2. 700 m,  en el límite de las nieves pirenaicas ( subespecie, R. t. temporaria; como curiosidad comentaros la existencia de otras 2 subespecies apenas estudiadas: R. t. canigonensis y R. t. aragonensis, cuyos apellidos indican el linaje ).

  


     En Europa huye del clima mediterráneo ( no soporta temperaturas ambientales superiores a 26º C, y de una pluviometría inferior a 800 mm / año; en cambio prefiere  un gradiente de temperatura óptima de 9 º  a 21 º C); en busca de la humedad, el frescor de los bosques – hayedos en especial, caducifolios en general y mixtos ocasionalmente -, los prados alpinos y montanos o la periferia de arroyos de poca corriente, que asciendan, hasta el Norte, por encima del paralelo 65º - Círculo Polar Ãrtico -; y por el Este, recorran Asia hasta el Japón.

 

    


     Si por cantidad es la rana parda más común de Europa; su aspecto dista mucho de la típica imagen del cuento. Con rasgos comunes a las ranas pardas – grupo al cual pertenece -, es voluminosa y grandota, 8 / 10 cm ( el macho, menor en 10 / 12 mm ) y peso de  35 / 75 g. La cabeza más ancha que larga; hocico con tendencia redondeada – en especial en ejemplares viejos – y un destacado tímpano, algo superior a la mitad de unos ojos dorados de negra pupila horizontal, enmarcados por una achocolatada mancha temporal. Piel lisa con excrecencias viscosas ( glándulas mucosas ) que le preservan la humedad; razón por la cual, de cogerse con las manos, habría que mojarlas previamente, para que, nuestra seca piel, no arranque la pátina protectora – mucus – y dar vía libre a infecciones ( acción trasladable a peces y anfibios ).

          
    

     El color predominante es rosa – rojizo, con variantes de matices en amarillo, pardo, anaranjado e incluso oliva o gris;  con la rareza de algún ejemplar albino. Dorso y flancos punteados en negro, apreciándose los pliegues dorsolaterales muy juntos; y unas oscuras bandas transversales en las patas posteriores. Vientre anaranjado, amarillento, rosáceo o blanco sucio; uniforme en el macho y manchado en la hembra . Una amalgama cromática que la hacen, prácticamente, indistinguible entre la hojarasca del bosque. Patas posteriores más robustas que largas ( raramente llegan al hocico, clave para distinguirlas de otras especies similares ) que le permiten saltar distancias de diez veces la longitud de su cuerpo.

 

       

   

       Presenta  tubérculo metatarsiano débil y una membrana interdigital de tamaño medio (dos terceras partes  del dedo ). Rasgos anatómicos que, si bien la capacitan para la vida acuática – excelente nadadora y buceadora – utiliza como arma seductora en época de celo, o arma de fuga ante depredadores. Pues no es rana de agua, ni de mañanas soleadas; prefiere noctambular en tierra firme, a la tenue luz de la luna y de las estrellas o pasear bajo la lluvia. El crepúsculo y la noche dan paso a su máxima actividad ( el frío y el aumento de la cota de altitud, la convierten en diurna, junto a las jornadas lluviosas ) que emplea en capturar a todo artrópodo que abuse de la imprudencia. Para ello cuenta con una amplia boca, dotada - en la mandíbula superior -  de una hilera de finísimos dientes, usados más como tenedores que como armas letales. En las distancias cortas, su larga lengua protráctil (  con dos puntas redondeadas en su extremo y soldada a la mandíbula inferior “ por delante †) atrapa sin demora a la presa. De un súbito lengüetazo , o en un abrir y cerrar de boca; la patilarga araña, el suculento gusano, el nutritivo insecto  o la jugosa y tierna lombriz abandonan este mundo – muy a su pesar -, para participar en el menú diario. Si  a esta cena añadimos una ración de caracoles y babosas, la rana temporaria se relamerá de placer, pues compone su plato favorito, y babeará de gusto ante la lenta visión de unos cuernos que se arrastran.

 

     

    

     Esta cruzada ecológica –  que dicho sea de paso le llena la barriga – contra las insaciables hordas de dañinos insectos; pacta una tregua con los primeros fríos ( últimos de octubre a principios de noviembre ). Doña Bermeja, cansada del trajín nocturno, abandona sus ansias guerreras por amor al pacifismo - ¡ con huelga de hambre incluida ! -. Busca un escondite natural ( oquedades de piedras, troncos, musgo ) que la preserve del rigor climático. O el lecho fangoso de una charca ( profundidad mínima de 50 cm, que le aísle de la helada capa superficial ) donde enterrarse en compañía, a la espera de mejores tiempos.
     Entra en un estado de sopor – común a otros ránidos -, llamado “ latencia invernal â€, estrategia biológica contra la hambruna y el frío extremo. En el transcurso de este letargo se produce un hecho vital para esta especie: La alquimia reproductiva, que logra la madurez de las células sexuales, por la cual en la hembra se forman los huevos – oocitos – y el macho alcanza su potencia engendradora . Para ello han de disponer , durante cierta continuidad anual, de una temperatura externa que no supere la media de 7 º C ( el cambio climático reducirá las zonas reproductivas ). Una charca poco profunda, vulnerable a los extremos climáticos,  o un fango pútrido; pueden  amortajar el sopor temporal, hasta transformarlo en sueño eterno.

 

   

    

      El despertador biológico – programado por la altitud y latitud – irrumpe entre enero y marzo ( en poblaciones costeras puede adelantarse ); sin pausa, la parsimonia vital – camuflaje de supervivencia – se trueca en el clímax del celo, para acentuar el dimorfismo sexual de la pareja:
La piel del macho se torna viscosa, con tintes azulados que se intensifican en la garganta. Las patas anteriores se engruesan; con el dedo interno ensanchado – pulgar -, visibles las negras callosidades nupciales. En la hembra destaca el agrandado vientre, con las excrecencias epidérmicas abotonadas y blanquecinas, a modo de perlas ( asideros para facilitar la cópula ).

 

   
     Inician la ruta del amor – cada uno a su aire – en busca del hogar perfecto ( sin exigencias: aguas someras y remansadas, la típica charca de montaña, natural o artificial ). Durante este romántico viaje ( pequeña migración reproductiva de hasta 4 km, llamada en Navarra “ pasa â€, coincidente al final de enero ) se orientan por medio del sol y de las estrellas, para localizar la charca (  fieles al territorio, acostumbran a repetir los lugares de años anteriores, usualmente la charca natal; dándose el caso de aparecer en la misma ubicación, aún desecado el terreno ).

 

   


     El primero en llegar es el macho, que empieza a croar ( reclamos roncos: crok – cruuuá- cruá- cruuu- cruá ...- cruá ). No los emite desde la boca, sino de los sacos vocales ( en ellos, las cuerdas vibran al paso del aire ), internos y localizados debajo de los tímpanos. Sonoridad intensificada al sumergirse bajo el agua ( transmisión superior en 4 a 5 veces ), para contagiarse los unos de los otros y formar un coro satánico.
     Aumenta la libido:  El instinto reproductor del macho se desborda, para emular el apareamiento con cualquier cosa que se asemeje a la espalda de una hembra bermeja ...; busca ser correspondido. Si algunos humanos babean por un plato de ancas de ranas, el macho de ésta no sólo pierde la cabeza por tan atractivas piernas; sino que croa de pasión al ver algún sensual ejemplar femenino de hinchado vientre, lleno de gruesos granos viscosos y blanquecinos, acompañado de una provocativa mirada de ojos saltones – icono de beldad batracia: Miss Charca Bermeja -.

 

    

    

      La aparición continuada de hembras ( chicas de mínima impuntualidad, dada su desproporción numérica de una por 5 / 9 machos ) desencadena la unión amorosa y el número de parejas ( centenares ). Las mejores situadas se ubicarán en la orientación más cálida. La romántica luz de la luna iluminará el amplexus axilar. Semejante a otras especies ( abrazo fuerte, desove, fecundación externa y abandono inmediato ), la hembra desova en varios paquetes de 400 a 600 huevos – impelida por la presión del amplexus axilar -, hasta una freza total de 600 / 2.500 huevos. La variable cantidad de la postura se relaciona con el tamaño de la madre, coincidente en un tercio de su peso; dándose extremos de 500, hasta casi 4.000 huevos. Inmediatamente,  el  macho los rocía con su esperma y abandona a su cónyuge, en busca de otra que no haya sido fecundada.

    

    

     Corto idilio que, raramente, excede de las 24 horas. La despechada consorte – con el instinto maternal ahogado – hace lo propio y abandona la puesta ( aparición masiva y súbita desaparición; de ahí el nombre a la especie, “ temporaria â€, por la temporalidad en su conducta ). Quizá como castigo a la nula responsabilidad del amante, o como ironía de la Naturaleza; otro macho – llamado por tal circunstancia, rana pirata – aprovecha la fuga, para refertilizar con su semen la anterior puesta. Hecho, razonado por los etólogos, como una estrategia reproductiva, dada la insuficiencia de damas ante tal desproporción de machismo. Los desamparados racimos globosos ( de múltiple paternidad y madre desaparecida ) caen al fondo, pero, al hincharse, flotan ( al contacto del agua,  la albúmina que contienen se humedece y agranda, junto a la mucina que los cohesiona  ). La superficie de la charca se trasmuta , en una a dos semanas, en un manto gelatinoso lleno de puntos oscuros. Los huevos constituyen una obra maestra de la ingeniería evolutiva: La envoltura gelatinosa no es despensa que sirva de alimento, sino casa que protege y cobija ( 8 – 10 mm ). Cada esférico huevo – de un diámetro inferior a 2, 5 mm -, visto desde el fondo, presenta un polo claro que se confunde con la luminosidad de la refracción, para desencanto y ayuno de los numerosos depredadores de aguas encharcadas ( tritones e insectos acuáticos carnívoros – ditiscos, notonectas, escorpiones y escarabajos de agua, larvas de libélula, etc.- ). Por el contrario, el polo superior se oscurece para captar la radiación solar y calentar al embrión, hasta 10º C por encima de la temperatura de las gélidas aguas.  Curiosamente, el punto débil no lo forman las heladas – previsibles en tales fechas -, sino la deshidratadora sequía, que, al desecar el envoltorio, evaporará la nueva vida.

 

    

    

      Al cabo de 3 ó 4 semanas, la eclosión repentina nos muestra a unos seres pisciformes, oscuros y pequeñitos, 6 – 9 mm; con la cabeza pegada al tronco, dando sensación visual de ser un modelo estereotipado del cabezón perfecto; cuya larga cola cimbrea entre las pacíficas aguas, pero apenas se desplaza pues sigue adherido – quizá como apego afectuoso a su gelatinosa cuna – a los restos de la masa, gracias a las ventosas bucales. No se nutre de ella ni de otro alimento externo ( absorbe la reserva alimentaria del huevo – vitelo - ), ya que su pico – boca ( disco oral, una de las claves para diferenciar especies ) se mantiene cerrado, al igual que sus ojos. Antes del 4 día se abrirán, para ver y alimentarse de algas, fitoplancton y plantas microscópicas que ramoneará como buen vegetariano ( forman el ganado acuático de las charcas ). Respira a través de unas branquias externas ( sustituyen a la inicial respiración cutánea ), ramificadas en tres pares; éstas se transforman en internas a las 3 semanas,  ocultas a la vista por pliegues cutáneos – opérculo – y el orificio del espiráculo ( tubo de desagüe respiratorio,  ubicado a la izquierda y dirigido hacia atrás).

       
 

     El color de su piel se aclara hacia tonalidades castañas, para observarse el punteado y la transparencia de las aletas caudal y ventral. Al mes y medio nacen las patas posteriores y las delanteras; estas últimas, no asomarán hasta el tercer mes, ya que las cubre el pliegue del opérculo. Ya en la última fase dejará de alimentarse, se desprenderá de la piel superficial y de las branquias, para activarse los pulmones y reabsorber la cola. Los ojos se abombarán, con la aparición de párpados;  y se reducirán los intestinos, para adaptarse al régimen carnívoro, junto a la transformación de la boca ( se forman pequeños huesos, lengua y  dientecillos ).

      

    

      Una metamorfosis completa, 110 / 150 días, que se puede retrasar durante meses, e incluso años; siempre en función de las temperaturas. De hecho, en montaña los “ cabezones †pasan el invierno y no completan la metamorfosis hasta la siguiente primavera. Y es de visión común, verlos agrupados en los bordes asoleados de las orillas, para optimizar los rayos del fuego celeste.

 

            

    

      La aglomeración de imagos ( ranita juvenil ), provoca tal explosión demográfica en tierra firme, que ha dado pie a mitos y leyendas. De orden más práctico, supone un oportuno bocado para sus numerosos depredadores ( gran variedad de aves, mamíferos y ofidios ) que, dentro del equilibrio ecológico, nivelan la balanza entre presa y  predador. Una vez más - ¡ maldita manía ! – es el hombre quien trastoca el orden natural.

                       

    

      De una forma directa, la desecación de charcas; acidez y contaminación del agua ( fertilizantes, plaguicidas, herbicidas y metales pesados se absorben a través de la piel ); o la construcción y deforestación  forman letales acciones que merman las poblaciones. Como daños colaterales, las carreteras se abren en fosas comunes, cuando la humedad de la lluvia y el ardor de la migración reproductiva ( puntos negros paliables con pasos de fauna subterráneos ), movilizan a los batracios.

 

  

    

     El cambio climático, jaleado por un modelo económico insostenible, quema todo acto de amor, calcina la esperanza de nuevas vidas al agostar las zonas de reproducción. Si la codicia y el capricho humanos ( furtivismo y consumo ilegal que, en Francia y Euskal  Herria, han menguado, peligrosamente, las poblaciones; como alternativa: la ranicultura )  diezman las poblaciones reproductoras, justo antes del desove - ¡ nulo signo de intelecto ! -. Ella  - en un rasgo de rotunda generosidad – da fe, con su presencia, de un ecosistema equilibrado; donde hombre y rana convivan en busca de un futuro. Un paraíso tapizado de prados y bosques umbríos, en el cual sentir la brisa del cercano mar o el susurro alpino que atrae hacia cotas más altas; pues es anuro de montaña ( en Galicia: ra do monte ). Amigo del crepúsculo y de la noche; ecologista, camuflado de cazador, que neutraliza la desmesura de invertebrados. Vagabundo de tierras húmedas, con alguna poza o charca no muy lejana, donde escuchar el croar del impulso sexual y engendrar nuevas generaciones. Cuyos días sean refugios y escondites, a la espera de dulces lluvias y noches de amor o de opíparas cenas. Y morir de viejo ( 5 / 12 años ), sin caer en las oscuras fauces de algún hambriento animal. O peor, en las manos - ¡ siempre ávidas ! – del Señor de las bestias, cuyo humano paladar, por mero gusto, extermina su existencia.

   

    

     Quizá su inocuo aspecto envalentone la prepotencia de algún esquilmador y haga presa fácil en ella – a pesar de su camuflaje -; que entienda que si su evasivo salto – diez veces su longitud – no logra la fuga, para caer en manos del captor. Defecará sobre él, al vaciar su cloaca encima de la apestosa piel del furtivo ... ¡ Cagándose en su verdugo ! Si una meticulosa enjabonada pudiera lavar esta justa reacción; no es sencillo limpiar la mancha de conciencia, ni acallar los lamentos de centenares de nonatas vidas, silenciadas por tan cruel acción.
      Y es que unas piernas largas, estilizadas, de piel lisa y tersa, a veces nos vuelven locos. Tanto, que importa un bledo la charca, la especie o su futuro, con tal de llenar la boca de sensaciones suculentas. O los bolsillos con dinero ensangrentado ( catalogada como especie “ no amenazada  â€, la ley la protege y sanciona al infractor con importantes cantidades; con las cuales bien podría degustar exquisiteces gastronómicas en afamados restaurantes. Si no es por ecología, hágase por sencilla suma y resta, al cuadrar las cuentas ).

    

    

     En la otra orilla, recuerdo un atardecer de primavera, cuando, de regreso de la ruta, disfrutábamos de un breve descanso. Absortos por la belleza de una panorámica entre bosques y montañas, apenas reparamos en el minúsculo ibón que, al igual que nosotros, reposaba en la cubeta. No reflejaba la grandiosa luminosidad de sus hermanos mayores; pues su superficie, cuajada de gelatinosos huevos, presentaba un aspecto rugoso y opaco. A mis pies, una pequeña ranita, de camino hacia el agua, tropezó en el muro de mis botas; al agacharme, me humedecí las manos para asirla con cuidado. Asemejábamos King  Hong y la exuberante actriz de turno, o la Bella y la Bestia. Mostré la diminuta joya a mi compañera y – entre risas y bromas – acerqué mi mano enjoyada a los labios, para darle un ... ¡ tímido beso ! La ranita bermeja – quizás enrojecida de vergüenza – saltó del susto y mi compañía hizo lo propio, para poner muecas de asco. En un instante perdí a la protagonista del cuento y a la chica de la historia ( no lo entendí y me cuesta digerirlo ... ¡ Ni que hubiera comido un sapo; plato que, alguna vez, todos hemos tragado a la fuerza  ! )
     O, tal vez – tengo confusos recuerdos -, lo que realmente sucedió en aquel pequeño ibón fue que, después de sumergir a la ranita en su noche de bodas, la chica me besó y me convertí en ...
¡ Y es que la fuerza cósmica más transformadora del Universo, es el amor ... En este caso, a la Naturaleza !

      


 Nota:   Algunas de las fotografías presentes en esta página fueron tomadas sobre la Web. Si reconocen alguna suya, por favor, díganmelo y pondré el nombre de su autor.

 

 


2 Comentarios
Enviado por Quo_aquo el Monday 9 de February de 2009

“mmmmm… Bonito ejercicio que recomienda e invita a identificar-se con algunos de los aspectos quizá más crueles de esta nuestra VITAL naturaleza….
Un abrazo Lupus!!

Quo …aplaudiendo alguno de los pequeños (que no insignificantes) ruidos de este nuestro planeta.

Enviado por Manuel el Saturday 2 de May de 2009

“Te felicito por tu trabajo con los anfibios. Me has mostrado otro enfoque de cómo ayudarlos, que pondré en práctica. Si bien vivimos en continentes lejanos, la problemática parece ser la misma. Te invito a ver mi blog http://veterinaria-animales-mendoza.blogspot.com, donde me gustaría poner algunos carteles llamando la atención sobre la desaparición de los anfibios. Saludos Manuel”


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