VÃBORA ASPID - VÃpera aspis -
Clase : Reptiles.
Orden : Escamosos.
Suborden : Ofidios.
Familia : Vipéridos.
Género y especie : VÃpera aspis – escurçó, aspis sugegorria, vipère aspic.
Hábitat : Canchales, praderas, claros boscosos ... Solanas del piso alpino al montano.
Alimentación : CarnÃvoro.
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Si las serpientes son las criaturas más evolucionadas de los reptiles, las vÃboras - como especies venenosas - están en el extremo evolutivo. Originarias de Asia, colonizaron Europa a finales del Mioceno, para extenderse por las distintas zonas climáticas. Por el norte, hasta Escocia y Finlandia ( VÃpera berus – vÃbora común o europea; no presente en la PenÃnsula Ibérica ) y por el sur, hasta el Magreb ( vÃbora hocicuda – V. latastei, la famosa “ bicha†andaluza ). Tras los periodos glaciares posteriores, se produjo su aislamiento en la PenÃnsula Ibérica; contamos con varias especies y subespecies, donde la vÃbora aspid, reina, sobre todo en los Pirineos, extendiéndose al Sistema Ibérico Septentrional y a la Cordillera Cantábrica Oriental, hasta una altitud de 2.600 / 2.900 m ( Alpes cotas superiores ); para ser muy escasa en cotas inferiores a 1.000 m. Gusta de los espacios deforestados con querencia al sol ( canchales, pastizales alpinos, claros boscosos ... ). Su aspecto es el tÃpico de una vÃbora: cabeza triangular; tamaño, relativamente, pequeño y engrosado; dibujos dorsales oscuros , en zigzag y cola bruscamente rematada en punta, como el regatón de un piolet. Raramente excede de los 75 cm; con una cabeza triangular, a causa del ensanchamiento de las glándulas venenosas ( equiparable a nuestra saliva; alteración de las glándulas labiales, con forma de ampolla alargada que termina en un tubo unido a la base del colmillo ), que almacenan el veneno; compuesto tóxico que, inicialmente, evolucionó de las enzimas y proteÃnas del tracto digestivo, para derivar en un tipo especial de saliva modificada. Arma evolutiva compuesta por hemotoxinas de efectos citotóxicos - hemorragias - y neurotoxinas que inducen parálisis - asfixia -. El veneno inoculado ataca el sistema circulatorio y los tejidos, la vÃctima sufre una conmoción generalizada, experimenta una pérdida de la presión arterial, porque las células y los tejidos empiezan a destruirse - efectos citotóxicos -; las células revientan, disolviéndose los tejidos y el animal muere desangrado. También contiene compuestos neurotóxicos que agarrotan el sistema nervioso, pierde la movilidad y puede asfixiarse al paralizarse el sistema respiratorio. La ponzoña se inyecta a través de dos colmillos huecos, afilados y curvados ( solenoglifos o dientes provistos de conducto ), cuya acanaladura no termina en la punta, sino en un lateral. Al estar unidos al cráneo, son retráctiles, se repliegan en el hueso maxilar, lo que les permite protegerse hasta el último momento. Rodeado por numerosos músculos que le posibilitan moverse independientemente; hecho que le capacita para morder de lado, con un único colmillo. En su base nace otro, más pequeño, como reserva; oculto, para ser reemplazado en caso necesario ( curiosamente comparte esta adaptación con otro animal, también muy temido por el hombre, el tiburón ). En un ataque, giran y se despliegan con todo el potencial ofensivo; inoculan y se repliegan en décimas de segundo. Al penetrar los colmillos en la carne, los músculos temporales contraen la glándula venenosa para inyectar el veneno. Éste tiene dos funciones: predigestiva, al actuar como enzimas que ablandan los tejidos, y tóxica, al emponzoñar el torrente sanguÃneo. Párpados transparentes, siempre cerrados y soldados entre sà - superior e inferior -, junto a un ojo casi inmóvil ( que da un apariencia de mirada fija, de ahà el falso mito de que hipnotiza a sus presas; o la curiosidad de que duerma con los ojos abiertos ), cubierto por el espéculo ( trasparente escama modificada que cubre la córnea a modo de lente ). Iris dorado con pupilas verticales y elÃpticas, adaptadas a la nocturnidad, pero no son reptiles nocturnos, ya que noctambulan si la temperatura lo permite. CaracterÃstica lengua bÃfida; de forma ahorquillada, funcional división para detectar la direccionalidad diestra o zurda y optimizar la captación de olores ( rastro de presas y feromonas de otros ejemplares ), gracias a los quimiosensores ubicados en los dos extremos linguales que utiliza para olfatear al máximo ( potencia este sentido al ser deficitaria de los otros: vista y oÃdo ) y descubrir el entorno: al plegar la lengua, ésta atrapa moléculas olfativas que pasan a la bóveda del paladar donde se ubica un órgano muy especial, “ Jacobson â€, formado por pequeñas esferas quimiorreceptivas que analizan las partÃculas aromáticas. Carecen de cuerdas vocales y de oÃdo externo, medio y tÃmpano ( son sordas ... La tÃpica escena del encantador de serpientes que logra que bailen, es un movimiento reflejo y defensivo de éstas ante la amenaza de la flauta ... La música no la oyen ). Y su oÃdo interno, muy reducido, sólo percibe sonidos de frecuencia muy baja y las “ vibraciones del suelo â€, que las capta con la mandÃbula inferior ( huesos craneanos ). Hocico respingado, formado por cinco escamas, pero sin cuernecillo nasal ( en pequeño, similar al de su prima V. latastei u hocicuda de carácter menos montaraz ). Entre el ojo y el labio presenta 3 hileras de escamas, asà como gran número de pequeñas escamas en la cabeza de las que sólo destacan, por su tamaño, las supraoculares. Las escamas ventrales se disponen en una fila que ocupa toda la anchura del vientre, son de forma hexagonal y negruzcas o grisáceas, excepto la garganta y la cola que acostumbran a ser amarillentas, con escama preanal entera ( culebras, dividida ); actúan de sistema de tracción al apoyarse en el suelo, puntos de anclaje que, en un movimiento muscular de tipo acordeón, empujan el cuerpo hacia adelante. En el dorso son carenadas ( con cresta mediana longitudinal ) y componen un diseño singular muy caracterÃstico, con dibujos en zigzag y lunares oscuros a los lados que mimetizan su silueta en el entorno, sobre todo en la hembra, de matices más tenues; usualmente, presenta una “ V †invertida en la cabeza. Esta " piel queratinosa ", al tacto humano, se torna áspera y frÃa. La coloración es muy variable: rojizo, grisáceo, verdoso, pardo e incluso amarillento, más oscuro en los machos y presenta melanismo ( ejemplares negros, en contraposición al albinismo ). Aunque, visualmente, las escamas aparenten dibujos y color, son traslúcidas, y es la capa de piel que está debajo la reflectora del color; por eso al mudar deja una funda de pellejo traslúcido y con la forma original. Muda ( crecer + liberarse de parásitos + regeneración dérmica ) varias veces, 2 / 5 – en función del sexo y edad -, deja de alimentarse y se vuelve muy agresiva.
Aumenta su presión arterial, que provoca contracciones con la finalidad de desprenderse de la piel vieja; empieza a rozar su cabeza con alguna protuberancia a ras de suelo, para que la piel desechable se abra por el labio superior; presenta un tono vÃtreo – gris azulado –, muy visible en los ojos - espéculos opacos y gris azulados - debido a la presencia de linfa y aire; coloquialmente denominados lechosos, hasta que comienza a “ desenfundarse †como un calcetÃn, durante un periodo de hasta 5 horas. Esta piel de queratina, llamada “ camisa â€, de color vidrioso es un calco del original; con las marcas de las escamas, ojos y la estructura completa, de aspecto parecido al papel de celofán. Presenta dimorfismo sexual; el macho es más grande y de tonos más oscuros. La respiración es aérea, a cuenta de dos pulmones: el derecho atrofiado y el izquierdo, muy largo, adherido a la pared dorsal, con una frecuencia respiratoria baja. Son animales de “ sangre frÃa †( ectotermo = animal que toma la temperatura del exterior ) que en nuestras latitudes buscan las horas de mayor insolación; por lo tanto, la temperatura es un gran condicionante de su actividad ( motivo por el cual, las serpientes son grandes en los Trópicos, donde la temperatura es constante e idónea; y pequeñas en Europa, sobre todo, en latitudes septentrionales ).
Al carecer de patas, “ andan sobre sus costillas †– articuladas por las vértebras: 200 en el caso de las vÃboras, que son de las especies de menor cuantÃa y 400 en pitones...; 33 en humanos -; ya que están ligadas a músculos, unidos a las escamas ventrales; éstas se yerguen para insertarse en las irregularidades del terreno y progresar, escama a escama; que, junto a su cuerpo alargado y el aumento de vértebras que lo articulan, logran “ reptar â€, más lentas que las culebras ( motivo por el cual prefiere esperar emboscada a la potencial vÃctima, no corre tras las presas y " nunca " perseguirÃa a un humano ) . Libres en un extremo, se ensanchan para conducir la presa a través del tubo digestivo. También pueden girar, gracias a unas articulaciones en la unión con la columna; curvarse y enroscarse en cualquier dirección, mediante unos músculos especializados conectados a la columna; caracterÃsticas morfológicas que le permiten incluso desafiar a la gravedad y escalar en vertical. Aunque gusta poco de ambientes húmedos ( mejor tolerados por sus primas: V. berus o europea y V. seoane o cantábrica ) puede nadar, impelida por movimientos angiliformes - muy efectivos para desplazar el agua -, e incluso sumergirse. También difiere de éstas en sus apetencias culinarias, pues suele hacer ascos a los batracios y, por el contrario, se le desencaja la mandÃbula de gusto por un ratón. Gustos a parte, traga - ¡ nunca mejor dicho !- con todo micromamÃfero al alcance de su perÃmetro de ataque: ratas, ratones, musarañas y topillos; además de pájaros, lagartijas, lagartos y de postre, algún que otro insecto. Como agente ecologista de control de plagas no tiene precio ( 65 % de su dieta son roedores ) y en sociedades cerealistas, en los silos comunales han dispuesto de “ bichas †en nómina, lógicamente, no venenosas.
La técnica de caza es el “ acecho†y, en menor medida, inspeccionar las galerÃas de micromamÃferos. Sorprender al ratoncillo y, sin lucha, morder y soltarlo. Para ello cuenta con un órgano muy especial, “ Jacobson â€. Órgano principalmente olfativo, ubicado en la trasera superior de su boca. La lengua bÃfida atrapa las partÃculas ambientales ( de ahà su forma ahorquillada y flexible ) que son procesadas por los detectores sensoriales, dentro de la cavidad del órgano: determina la distancia y la dirección . El olor es identificado, para dar nombre al sujeto: un sabroso ratoncillo o una gruesa rata. Pasa al ataque: si al reptar no destaca por su rapidez, en las distancias cortas – inferior a 20 cm - es un rayo, donde su tercio delantero ( cabeza y cuello, en tÃpica forma de “ S †achaparrada, pues no utiliza el cuerpo, que es muy pesado y le sirve de base de apoyo; razón por la cual si se coge una vÃbora por la cola - ¡ cosa que no aconsejo ! – apenas tiene capacidad de morder ) se dispara como un resorte - inyecta el veneno en 4 centésimas de segundo -, para adelantar la cabeza y abrir las mandÃbulas en una apertura cercana a los 180º . Un súbito mordisco inoculará el veneno ( de textura cremosa, amarillento; compuesto por enzimas – más de 20 diferentes, para realizar la primera función predigestiva; en un 75 % de la composición total del veneno -, proteÃnas y toxinas ( de efectos hemotóxicos: coagulación de la sangre con rotura de los vasos, hemorragias; y neurotóxicos: parálisis ... muerte, sin capacidad de pelea ). El ratón huirá ( no hay ni retención, ni lucha ) con la dosis inoculada, justa y precisa ( ahorran al máximo la cantidad ). El veneno no sólo mata, sino que “ predigiere †al facilitar la ingesta - menos rÃgida – y la digestión, al actuar las enzimas ( las serpientes sin veneno – menos evolucionadas – como la culebra viperina, Natrix maura, imitadora en apariencia de la vÃbora, necesita el doble de tiempo para digerir presas ). Adelantará la glotis ( abertura superior de la laringe que controla la entrada del aire de la tráquea ) gracias a un dispositivo que permite simultanear la respiración con la deglución. La presa es introducida de cabeza, para evitar que se atasquen pelos, patas, plumas o escamas de lacértidos, que a contrapelo dificultarÃan la ingesta. Desencajará las mandÃbulas ( gracias a un hueso adicional en el mentón que funciona como una visagra y otros móviles que no están soldados entre sÃ; se abren hasta 3 veces del tamaño de la cabeza, para volver a su forma inicial con unos bostezos ) y la presa se introducirá - impelida por movimientos musculosos y apuntalada por los pequeños dientecillos inclinados -, progresivamente, hacia el tubo digestivo. Éste se ensancha o estira gracias a la elasticidad, entre escamas, de la piel dorsal y el libre extremo de las costillas; adaptaciones morfológicas que le permiten deglutir animales de mayor diámetro que el suyo. El alimento termina en el estómago, saco musculoso y alargado de gran capacidad distensiva.
La predigestión enzimática iniciada con la inoculación del veneno; la acción mecánica del estómago y unos poderosos jugos gástricos de pH muy ácido, “ deshacen â€, literalmente, a la presa. Para poder alimentarse y, principalmente, efectuar la digestión, necesita una temperatura superior a 15º C y óptima de 25º C ( de ahà la costumbre, después de comer, de sestear encima de una piedra al sol ), temperatura inferior, hasta un mÃnimo de 10º C, en la V. berus o europea.
Si la temperatura bajase bruscamente, la digestión se lentificarÃa , e incluso detendrÃa; ya que se producirÃan fermentaciones y regurgitarÃa la presa para evitar una intoxicación. Sus apetencias alimentarias son pequeñas ( promedio de una vez por semana ), gracias a que no produce calor y, por lo tanto, su tasa metabólica es muy baja; en cierta forma reserva su energÃa, para captar la del sol. De hecho, a parte de la época de latencia invernal, puede ayunar durante semanas. Sus necesidades hÃdricas son mÃnimas, ya que en la digestión recupera lÃquidos ( uno de los motivos por el cual, los reptiles pueden colonizar hábitat desérticos: V. latastei u hocicuda campea por terrenos semiáridos ), para excretar el ácido úrico como una orina blanca y espesa ( de aspecto lechoso, que ha creado el mito falso de que bebe leche, e incluso busca los pezones de mamÃferos, incluidas las mujeres embarazadas ).
El ayuno forzoso se produce en la " latencia invernal ", hacia octubre / noviembre, en otoño, como medida de supervivencia ante las bajas temperaturas. Es una época donde la vÃbora viaja ( hecho infrecuente, junto a la búsqueda de pareja; ya que es bastante sedentaria, su territorio es modesto, más amplio en el macho: 300 m2 / 5,8 km2 ) en busca de una guarida natural ( árbol hueco, madrigueras, restos vegetales, oquedades y hendiduras ) de apenas un par de centÃmetros, con la profundidad necesaria para evitar la capa de hielo y con porosidad, para evitar inundaciones. Estos lugares están muy solicitados ( retornan al lugar año tras año, para constituirse en históricos hoteles ocupados generación tras generación; se cree que guiadas por el olor ) y pueden reunir a varios ejemplares, llamados " bolas o nidos de serpientes ", e incluso a especies antagónicas ( vÃbora - rana bermeja-lagarto ágil ), sin que medie depredación entre ellos. Se apelotonan para minimizar la pérdida de calor; deja de secretar veneno - muy caro biológicamente y de ninguna utilidad en esas circunstancias-; no se alimenta - afortunadamente para su compañÃa de cama -; con latidos y respiración al mÃnimo. Su gasto metabólico - de por sà pequeño - es mÃnimo, con una pérdida de peso inferior al 1 %, con lo cual no necesita " almacenar grasa " ( p.e.: marmota, oso ). Si la temperatura lo permite, 15 º C, se asolean, con salidas más frecuentes a partir de febrero, y terminan la latencia en primavera, iluminadas por los tÃmidos rayos de marzo. Este periodo se acorta en los machos, que se esconden más tarde y salen antes, con una diferencia total de hasta un mes menos de invernada.
El final de la latencia invernal marca el inicio de la época reproductora, que consta de dos periodos: en primavera ( abril / mayo ) y otro posterior, de menor intensidad, en el inicio del otoño. Los machos buscan a las hembras a través del olor - las chicas propagan feromonas que anuncian su condición de solteras -, que, a su vez, atrae a otros rivales. Las peleas nupciales son danzas de una belleza salvaje: Los machos luchan, mientras las hembras observan cómo se oponen; uno frente al otro; se alzan, para arquearse en forma de " S " - posición sigmoidea -. Si no hay rendición, se persiguen para enrollarse entre sÃ, con la finalidad de derribar al oponente, hasta lograr su caÃda o abandono. Nunca se muerden y acostumbra a vencer el más voluminoso - el de más edad -. Esta " danza de la vÃbora " estimula a la expectante hembra y selecciona a un ganador: aquél que, por más tiempo y más alto, sobresalga la cabeza por encima de la del otro. Se sublima un combate entre machos, para componer un bello baile ritual de apareamiento. Digamos que, en vez de bailar con los pies y las manos - que, obviamente, carecen -, danzan con la cabeza; y la lucha, potencialmente violenta y peligrosa, se trueca en danza, lúdica y selectiva. ¡ Para un rastrero bichejo sin pies, ni manos y sordo, que no levanta un palmo del suelo, un logro difÃcil de igualar !... ¡ A ojos del hombre, otra lección magistral de Madre Natura; en este caso por boca - ¡ quién lo iba a decir ! - de unas vÃboras.
En la cópula, el macho palpa a la hembra con exploraciones que buscan la cabeza; acaricia el mentón ( zona más sensitiva ) y lengüetea el cuello donde detecta unas sustancias lipÃdicas que elevan la “ quÃmica sexual â€; para enroscarse y acercar las cloacas, donde el macho ( dispone de 2 penes, llamados “ hemipenes †) efectuará la fecundación interna, que puede durar varias horas ( fisiológicamente no pueden “ desunirse †inmediatamente, son muy vulnerables ) y se repiten de 3 a 10 veces. La hembra almacena el esperma hasta que se produce la ovulación . Maduran sexualmente a los 4 / 5 años, más precoz el macho.
Las vÃboras son ovovivÃparas, es decir, no ponen los huevos en un nido, sino que los huevos se desarrollan “ dentro de la madre â€, donde el embrión se alimenta de las reservas de éste, para eclosionar justo antes del nacimiento, por lo que paren viboreznos ya desarrollados. En un ofidio - siempre dependiente de la temperatura exterior -, supone un gran logro para reproducirse en “ cotas frÃas †( V. berus o europea se reproduce en el CÃrculo Polar Ãrtico y en turberas ); donde la madre busca siempre la temperatura idónea ( óptimo térmico ) para el desarrollo de los viboreznos ( a ojo de montañero, si viéramos, en las horas centrales del verano, asolearse a una vÃbora, serÃa muy probable que fuese una hembra preñada, estado en el cual son muy termófilas ).
La gestación dura 3 / 5 meses, desde mitad de agosto hasta la primera quincena de octubre; en función de la temperatura media ( 28 º C = 3 meses y 26 º C = 74 dÃas ) que determina la velocidad del desarrollo embrionario. Nacen envueltas en una fina membrana traslúcida que la crÃa rompe, inmediatamente, al presionarla con la cabeza ( a simple vista, da la sensación de que “ pare â€, dando significado a su etimologÃa: vÃbora, latÃn vipera, contracción de vivus – vivo – y parere – parir - ).
Los partos no son anuales, sino cada 3 ó 4 años, ya que la hembra necesita recuperar sus reservas de grasa; con camadas de 4 / 18 viboreznos – número en proporción al tamaño de su progenitora -.
Copias en miniatura, 17 / 20 cm, de los adultos; un peso de 3,5 / 5 g; y ...¡ con capacidad venenosa ! De hecho, su veneno es más concentrado. Son independientes, más agresivos que sus progenitores, y se alimentan por su cuenta de lombrices, insectos y, posteriormente, lagartijas; que devoran a la menor oportunidad ( en busca de energéticas reservas y por aquello de " cuanto más grande me hago, en menos bocas quepo " ), puesto que la latencia invernal se presenta enseguida, como la primera prueba de supervivencia. Está catalogada como “ especie no amenazada †( V. latasti u hocicuda en regresión: catalogación, casi amenazada ) con una esperanza de vida de 20 años ( inferior a otras especies, pero superior al resto de las ibéricas ); y una mortandad en los primeros años menor al 50 %. Como curiosidad destacar que, de las subespecies del sur de Europa, 2 son peninsulares: V. aspis aspis ( más común, de mayor tamaño y extendida: Montseny, Pirineos Orientales y Occidentales, PaÃs Vasco y norte del Sistema Ibérico ). Y V. aspis zinnikeri ( ubicada en los Pirineos Centrales. Librea en tonos ocres con dibujo dorsal en negro, machos, y castaño en las hembras; hocico más respingón ).
El factor ecológico más importante para las vÃboras es la temperatura, ya que son animales ectotermos, que no pueden producir su propio calor, como los mamÃferos y las aves. Su temperatura interna se rige por la del exterior, con una temperatura idónea de 29º C y extremos crÃticos soportables que oscilan entre 0º C – congelación de lÃquidos y deterioro celular; V. berus o europea mejor adaptada -, hasta los 45º C – cocción celular; V. latasti u hocicuda mejor adaptada -, en el caso de la vÃbora aspid, no superable con temperatura de 37º C. La actividad en alta montaña está muy limitada a ello, sobre todo las bajas temperaturas repentinas, que “ adormecen y enlentecen †las respuestas defensivas de la vÃbora ante sus numerosos enemigos por aire ( córvidos y rapaces ) y tierra ( mustélidos, jabalÃ, zorro y, en cotas bajas: erizo, gato montés y tejón ); pero es el hombre, con la destrucción del hábitat y sus prejuicios, quien envenena la supervivencia de la vÃbora. Un agente ecológico de primer orden ( raticida e insecticida natural ) que, hoy por hoy, apenas produce muertes entre los humanos ( dentro de las vÃboras, las europeas son las menos tóxicas, y, en nuestro continente, el más problemático es el de la vÃbora aspid que precisa de hospitalización en niños, ancianos o adultos enfermos; la muerte por envenenamiento es rarÃsima, 1 %).
Maldita desde el Génesis al encarnar al mal; y , por el contrario, Gran Hacedora en la mitologÃa de los aborÃgenes australianos: la serpiente creó a la Tierra, junto a los seres que la habitan, para completarla con la creación del hombre, como ser supremo; ha sido arma de guerra ( AnÃbal arrojó ánforas con vÃboras, para aterrorizar a los marinos romanos, que no las mataban – adoraban a las serpientes – y distraÃdos, ocupados, en fuga para no ser mordidos ..., perdieron ); arma polÃtica para suicidios de disidentes y simboliza una figura fálica a combatir por el puritanismo judeocristiano. El poder divino del faraón, hace 5.000 años, se coronaba con la efigie de la cobra egipcia ( Naja haje, con la cual se suicidó Cleopatra, mal llamada vÃbora aspid). Shiva, un dios de la Trinidad del hinduismo, es representado con varias serpientes. En la Grecia clásica simbolizaba el poder supremo, el conocimiento, la sabidurÃa y la longevidad. Atenea, diosa de la sabidurÃa, se personificada junto a una vÃbora; de hecho, en parapsicologÃa, dentro de la interpretación onÃrica clásica, ser mordido por una serpiente, significa: “ sed de conocimientos â€, el mejor sueño para un iniciado. En culturas rurales e incluso clásicas – griegos -, se domesticaban serpientes ( obviamente ni venenosas, ni constrictoras grandes ) como raticida y guardián de cosechas. Aztecas, indios americanos, fenicios y cretenses rindieron culto a sus serpientes locales. Si antiguamente las abuelas aragonesas preparaban un caldo de vÃbora para curar catarros. Hoy, la medicina usa su veneno como fuente de fármacos, para el tratamiento de enfermedades: cardiopatÃas, trombosis, parkinson, poliomielitis, hipertensión, epilepsia, botulismo, reumatismo, artritis y “ cáncer â€. Y es esta dualidad: el bien y el temor, lo que confunde a algunos hombres ... No pertenezcamos a ese tipo de personas que, como justicieros vengativos, ejecutan a unos seres vivos por ser como la Naturaleza los ha diseñado: eficaces controladores ecológicos, supervivientes en un entorno hostil y, en el peor de los casos, a la hora de defenderse, letales en un 1 % de los accidentes.
Cada uno que saque sus propias conclusiones: La mÃa es respetarla ...; entre otras cosas ¡ porque se lo merece !
Nota: Algunas de las fotografÃas presentes en esta página fueron tomadas sobre la Web. Si reconocen alguna suya, por favor, dÃganmelo y pondré el nombre de su autor.