A la memoria de los compañer@s, amig@s y seres amados encordados en la ruta del amor perpetuo, que sean guÃa, luz y estrella que iluminen nuestro camino. Un beso y ¡ buena ruta ! ...
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Ahora sé que las fronteras y las cárceles están dentro de nosotros; que la vida es un caballo y yo su jinete; no importa la silla de montar, sino galopar y sentir cómo el sudor de dos cuerpos se evapora en el viento. Y su esencia, vital y eterna, impregna con su olor, el alma de todos los seres queridos.
Formo parte de la Verdad, el Ser, el Uno en todos, ola de paz en un océano de amor, ánima infinita henchida de gozo. Aquà estoy, en la cima del universo, donde solo Dios comprende a los hombres y mi nombre es ...
La ciudad era un agobio, los ruidos y el ajetreo de su diaria marcha, me angustiaban de tal manera que casi siempre oÃa : << ¡ Vaya careto de lunes que traes ! >>. La impaciencia de realizar cualquier escapada ralentizaba los dÃas: martes, miércoles ...¡ SÃ, soy una inquieta lagartija humana pegada a la pared !. El vacÃo y la altura son mi lenguaje y la piedra su voz. A veces, escuchaba tan fuerte la llamada que, sin comer y contra toda lógica, aparecÃa en las murallas viejas, como un metal ante el imán para buscar grietas y oquedades que calmaran la ansiedad. En una de éstas, me lesioné el hombro y la mano derecha. El traumatólogo de la federación – después de echarme la bronca porque no efectué los estiramientos -, nombró un latinajo de quilómetro y medio que me sonó a frase melosa de culebrón venezolano. En dique seco, las amarras atadas a las manos y un humor de perros. Decidà buscar el lado positivo y, en plan matón mafioso, ahogar las penas y matar al gusanillo con alguna salida tranquila; guardé los pies de gato y me calcé las botas de patear. Descubrà un mundo paralelo a la escalada: similar, lleno de emociones; quizá no tan intensas, pero sà más amplias y pausadas. La naturaleza, generosa y vitalista, iluminaba mis retinas con paisajes de ensueño y las pupilas se contraÃan y dilataban al compás de las sensaciones.
HabÃa descubierto una nueva faceta de la montaña que me encantó, mas la cabra tira al monte aunque colmen de pienso el pesebre; en mi caso, descafeinado viudo, un poco de trabajo monótono y, sin probar bocado, el porteo de la ferreterÃa roquera al maletero del viejo rojillo. Media hora escasa de asfalto, un par de curvas cerradas y cuatro nubes altas en el cielo. La pared, inclinada y de un tono ocre con guiños al blanco, me llamaba; no la conocÃa, sin embargo se intuÃa que no superaba un IV grado. La toqué y su piel rugosa erizó mi vello. Las presas, claras y al alcance, eran un simple rompecabezas de niño pero el dolor, un cansancio precoz y la falta de fuerza en las extremidades me obligaron a dejar el juego. Una repisa, fácil y ancha, arrumbaba a una cornisa rocosa, salpicada de boj y arbustos diseminados; me desencordé << ¿ Qué me podÃa pasar ? >>. Fuera amarras y cabos; tiré lastre como quien anhela navegar hacia la lÃnea del horizonte. Jalonaban la repisa varias coronas de rey << ¡ Ya sabÃa yo que la monarquÃa sangrarÃa al pueblo ! >>. Hitos en verde y blanco que, a modo de faro, señalaban las rocas. Apoyo de pies y manos, equilibrio, dolor...; de repente, el hombro hizo un mal quiebro ..., un segundo ..., pisé la corona de rey ..., dos segundos ..., caà y terminó toda noción de tiempo.
Mi cuerpo yacÃa de espaldas a la tierra, mudo e inerte, como una marioneta rota enredada en sus propios hilos. Uno de ellos nacÃa de la frente, cerca del entrecejo, un cordón plateado ascendÃa varios metros para unirnos ... ¡ SÃ, flotaba ! ... con el cuerpo reflejado, ingrávido, cernido sobre mi propia imagen inanimada, como un cernÃcalo sobre su presa. Uno frente al otro; éramos el mismo ser pero muy distintos : Abajo, una cáscara quebrada, vacÃa ya de todo sentimiento. Arriba, nacido de mÃ, un nuevo ser, parido del vientre de la muerte; silueta replicante, refulgente de haces luminosos. Cuerpo astral, sin nombre ni apellidos, revestido de un aura veteada de estrÃas en tonos gris violáceo y azul cobalto, perfiladas de rayos de luz. A imagen de un lienzo pincelado con los colores de un alba primigenio, como si fuera el amanecer del primer dÃa y yo su astro, tÃmido, pero a la vez curioso, para despertar del letargo poco a poco.
Súbitamente sentà un fortÃsimo tirón; el cordón de plata se alargó al extremo, estilizado, quizá ya roto, imperceptible junto a la visión de mi primer cuerpo ...; se desvanecieron de mi mente. AscendÃa a una velocidad de vértigo; los colores del amanecer se cegaron en el ocaso. La noche, negra y cálida, me envolvÃa con un abrazo de incertidumbre; vislumbré, en aquel inmenso negror, un punto de luz, luna escondida, en algún sitio que no ubicaba.
PercibÃ, vÃvidamente, los latidos del corazón de mi madre al darme el pecho y la ternura en los ojos de mi padre al contemplarnos; los olores de la infancia y el tacto en la adolescencia; la mano extendida y el puño que golpea; los ojos cerrados y la mirada a otra parte; el saludo y el insulto. La conciencia, impúdica y sincera, desnudaba la piel de mis vivencias: a veces tersa, lÃmpida y otras, arrugada y sebosa. Ahondé hasta el último poro; el espejo de la vida se iluminó con un fulgor inconmensurable; su resplandor cálido, veraz y sabio me inundó como lluvia en tierra de secano; noté como me calaba, comprendà su lenguaje y acepté su palabra.
Una profunda quietud llenó mi espÃritu. La paz, esquiva quimera apenas asomada en sueños, se irradiaba desde mi interior, como ondas impelidas por el choque de una piedra en la superficie del agua; expandÃa su dulce caricia en el preludio de un gran acto de amor. Nubes cromáticas se mezclaban para formar, con sus múltiples gamas y tonos, un caleidoscopio mágico. Se corporificaron en siluetas energizantes, etéreas, flotantes. De ellas recibà la bienvenida, beso de cariño cuando se llega a casa, y mi alegre sonrisa les devolvió el afecto; sin gestos, ni palabras ... , nuestros pensamientos armonizaron.
Sentà una liviandad rotunda; un sutil humo luminoso vaheaba de mi cuerpo, para mudar de arrebujada crisálida a volátil mariposa, cuyas alas, libres y ligeras, volaban en pos de la luz. Vital aliento plasmado de neblina, cuyas minúsculas gotas cristalizaron en prismas que refractaban, cada uno, el espectro de colores; tejÃan con sus rayos de luz, mil y un arco iris: anaranjados y rojos flameaban en Ãgnea danza; auras azules, añiles y violetas coronadas en los entes etéreos; áureos destellos y verdes fulgores; explosión de fuegos artificiales en una fiesta de sentimientos. Una dimensión sin sombras, ahÃta de luz; por doquier levitaban entes luminosos... ¡ Y yo era uno de ellos ! Mi mente, única pero a la vez colectiva, compartÃa todos los pensamientos; se aunaron en perfecta sincronÃa.
Una pequeña bola energética me atrajo irresistiblemente; fluctuaba adaptando múltiples formas. LatÃa, se agrandaba ...; sus rayos omnipresentes abarcaron todo: el ayer olvidado y el ignoto mañana; la tierra, las aguas y el viento; la noche con sus estrellas y el vuelo libre del águila; el aliento vital, la carne y el alba. Una implosión voluntaria condensó sus rayos ...; sus haces luminosos, omnipotentes, abrazaban a todas las almas del universo: la inocencia en los ojos de los niños y la bondad del anciano; el perdón de la vÃctima y el valor del hombre; la generosidad de la puerta abierta y el amor de la mujer; el libre albedrÃo, el sufrimiento y la esperanza.
Mi mente se transmutaba en cada imagen; me sentà parte de cada una de ellas: uno en todas. La verdad prÃstina, tangible y real impregnó todo mi ser; asimilé su esencia ... ¡ Estaba frente al Hacedor ... con la desnudez del alma abierta ! Sentà una sensación cálida ... ¡ Me aceptó tal y como era ! Una gigantesca ola de amor, de una intensidad nunca antes experimentada, me cubrió por completo ... Lloré, fueron lágrimas de felicidad, surgidas de lo más hondo de mi ánima, donde jamás nadie habÃa hurgado.
La esencia de mi ser se diluyó, poco a poco, en la magnificencia de su grandeza: escuché su palabra, vi su rostro y su nombre es ...
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Javier Pastor