La montaña tiene voz: unas veces de tono fuerte y recio para dulcificarse en un susurro de paz, tranquilo y sosegado. Otras, armónica y generosa, manantial de palabras que inundan de sentimientos el alma. Me gusta oir su voz; hace brotar, dentro de mÃ, luz ... Ella, con su voz, es quien me habla; soy yo, con la luz, quien la mira, en un acto de sentidos, vivencias y emociones.